El POST de la SEMANA.

– Javier Cepeda Rodrigo –

Atleta del A.C. MANCHATHON.

«42 Kilómetros y 195 putos Metros»

Preparar, correr y finalizar una marathon es una experiencia que merece la pena vivir, por muchas razones las que voy a exponer en este post.

La primera de todos por comprobar que el atletismo es un deporte de equipo. Desde el trabajo desinteresado de Fran en la preparación de los entrenamientos, pasando por el ambiente creado con mis cuatro compañeros de aventura (Antonio, Teo, Cámara y Tiscar) como por la ayuda en los entrenamientos de Miguel, José Luis, David, Miguel Tomás, José Ángel, Serna, Manolo, o la compañía en mis carreras de preparación de Patricio, Ángel y Joaquín. Permítanme terminar con la ayuda de mi amigo hermano Pedro que me esperó en el kilómetro 29 de carrera y martilleó mi cabeza hasta la meta para que no desfalleciese.

La segunda, la satisfacción personal de haberme propuesto un objetivo y haberlo llevado a cabo. Me propuse celebrar mi cincuenta cumpleaños con una marathon y llevo corriendo para ello desde el mes de junio. Aunque llevo haciendo deporte toda la vida, preparar y correr una marathon es algo que en mi vida no había vivido. Una preparación tan sistemática y dura ( las series durante las semanas y los rodajes largos) que me han hecho correr más de ochocientos kilómetros y me han permitido una mejora física y mental considerable. Cuando uno tiene que hacer rodajes de veinte kms alrededor de la pista tiene que ser un cabeza dura o desistes a la primera de cambio. Y no hablemos de esos músculos y huesos de cristal que tengo. El miedo a las lesiones que hicieron que estuviese los días antes de la carrera con malas sensaciones y comiéndome el coco. ¿Sería miedo escénico o una literal cagada?

La tercera, porque uno se da cuenta lo importante que es para otras personas que no son del mundillo. Mi hijo que me recordaba tras cada entrenamiento que le ilusionaba mucho que pudiese finalizar la marathon. Mis hermanos directos y políticos que amén de los ánimos hicieron en muchas ocasiones labor de intendencia para que yo pudiese correr y entrenar. O mis amigos que me llamaron para felicitarme amén de los de toda la vida que no se conformaron con eso sino que estuvieron conmigo en Valencia gritando y emocionándose junto a mí, no es así Antonio, Belén y Mari Carmen. Y como no a mi mujer por aguantar mis neuras, por darme la seguridad y la confianza que se necesita en esos momentos.

Correr una MARATHON a los CINCUENTA podría haber sido el título de este post. La edad cronológica está ahí. Pero hay otra edad que está en la cabeza, en la forma de vivir, en la forma de disfrutar de lo que se hace, en buscarse objetivos para mantenerse activo. Y en tener la suerte de correr con gente como el compañero Andrés que cada vez que se cruza conmigo te dice con esa maravillosa socarronería que él tiene: “Que hay joven”.

Y la carrera ¿no hablo de ella?. La verdad es que puedo hablar de sensaciones contradictorias. Me levanté temprano para el desayuno. Cuando llegué estaban allí Teo y Cámara haciendo acopio de energías que falta les iban a hacer. Las preguntas de rigor: como has dormido, que sensaciones tienes, como vas de tus lesiones. Todo ello acompañado del espíritu positivo de Teo: si hombre si la vas a acabar, tranquilo que todo va a ir bien,… Unos minutos más tarde con las zapatillas puestas en dirección a la Ciudad de las Ciencias a hacernos la fotos antes de la salida y al puente. Allí me coloco con Cámara y tras los aplausos y saludos con los corredores de la carrera de 10 K el pistoletazo de salida.
Los primeros kilómetros pasan rapidísimamente. Preocupado por mi sóleo empiezo a devorarlos dudando si llevaré el ritmo adecuado o seré como siempre optimista en la carrera. Pongo un ritmo entre 4:50 y 5:00 y a tragar millas. Pienso que en este momento en mi amigo Antonio Mora que la «puta» lesión no le ha permitido correr. Me considero un privilegiado por poder hacerlo yo. Las sensaciones cada vez son mejores y transcurre todo conforme a lo previsto hasta la media con un tiempo de 1 hora 45’. De allí al treinta me marco un solo objetivo ver la cara de mi amigo Pedro. Saca el cuello entre el público y se coloca a mi lado. Me sube algo la adrenalina y noto que las piernas aún me funcionan. Más tarde oigo los gritos de apoyo de mi gente. Pasado el 33 empieza el calvario, los kilómetros pasan lentamente. La cabeza empieza a pedirme que pare, que ya es suficiente. Encontramos a Cámara y hacemos un trío lo que hace que me anime y, aunque con un ritmo más lento, llegue a la meta. Al fondo se ve la blanca Ciudad de las Ciencias. Me acuerdo de la «puta» idea que tiene de medida los ingleses. El público ya cierra cada metro que me queda. Quiero disfrutar del final, de la pasarela azul cielo, del frescor del lago, pero la ansiedad por terminar y las escasas fuerzas, me hacen no ser todo lo feliz que en múltiples ocasiones había soñado con esa llegada con los brazos en alto marcando el 5 y el 0 con los dedos sintiéndome Abel Antón o Martín Fiz en una final olímpica..
Me apoyo en mis dos compañeros, nos sentamos a beber y a comer algo. Después llegan los momentos felices, los que faltaron en la meta. Va llegando toda mi gente: mi familia, mis compañeros, mis amigos y celebramos el final de la carrera. Vivo una de las sensaciones más intensas del día con Antonio. Espero y deseo oír de su boca la experiencia de su primer marathon como yo lo he hecho aquí.

Agradezco a todos los que han estado a mi lado en esta experiencia inigualable.

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